
Había una vez, en las verdes y soleadas llanuras de Lumbula, un pequeño elefante de tres años llamado Memshu. Tenía orejas suaves, ojos vivaces y una gran curiosidad por todo lo que lo rodeaba.
Sus padres lo querían con todo su corazón y aunque no hablaban inglés, sabían que si Memshu lo aprendía podía tener muchas más oportunidades en el futuro. Es por esa razón que incentivaron a Memshu a aprender inglés desde pequeño, lo hacían escuchando canciones en inglés, veían juntos videos infantiles, y pasaban horas jugando con coloridas tarjetas con palabras en inglés como “sun,” “tree,” y “banana”. Con esto lograron hacer algo maravilloso: fomentaron en Memshu la curiosidad por aprender un nuevo idioma.
Memshu aprendía mientras jugaba. Cuando veía una mariposa decía: “¡Butterfly!” Y cuando veía una nube gritaba: “¡Cloud!” Y aunque sus papás no sabían decir mucho más, siempre lo animaban con sonrisas y abrazos. Cada momento descubriendo palabras nuevas se convertía en una experiencia de aprendizaje para toda la familia.
Muy cerca vivía su primo Tumo, que también tenía tres años, pero que pasaba su tiempo en otras cosas. Si bien sus padres también lo querían mucho, pensaban diferente a los padres de Memshu: “El inglés puede esperar,” decía su papá. “Que jueguen ahora, ya aprenderán después.” Con lo que aprender un segundo idioma parecía no ser una prioridad para ellos.
Y así, pasó el tiempo. A los seis años, Memshu ya podía decir frases simples como “My name is Memshu” o “I like apples”.
Un día, llegaron unos visitantes de otro país, unos amables turistas de tierras lejanas que hablaban inglés. Memshu los saludó felizmente en su idioma, y todos quedaron sorprendidos por su confianza y lo bien que hablaba.
Tumo estaba allí también, pero no entendía nada. Se sintió confundido, y un poco triste. Por primera vez anhelaba poder entender lo que estaban diciendo.
A los nueve años, Memshu leía cuentos cortos en inglés y veía películas sin traducción. Soñaba con ser explorador y conocer el mundo. Cada día era para él una nueva oportunidad para aprender algo nuevo. Cada palabra nueva que aprendía la anotaba en su cuaderno y se sentía profundamente feliz compartiendo sus conocimientos con todos. Tumo, en cambio, recién empezaba con palabras como “hello” y “dog,” y sentía que era muy difícil, en ocasiones sentía que su esfuerzo era en vano.
Cuando Memshu se hizo más grande, sabía hablar inglés con fluidez. Hacía nuevos amigos, aprendía cosas de internet, y compartía la belleza de Lumbula con personas de todo el mundo. Los visitantes se sentían en casa con sus instrucciones sobre el lugar. Tumo también aprendía, pero le costaba más, lo cual lo hacía sentir muy desanimado, pensando con frecuencia: “Si hubiera empezado antes…”
Un día, mientras conversaban sentados bajo un árbol, Tumo le dijo:
“Ojalá mis papás me hubieran enseñado inglés desde niño.”
Y Memshu, con su gran corazón lleno de bondad, le respondió:
“Nunca es tarde para aprender. Pero aprender inglés desde pequeño… hace que el idioma sea parte de ti. Como jugar, como soñar. ¡Y es muy divertido!”
🌟 Mensaje para los Padres 🌟
Tal como sucede con los padres de Memshu, no necesitas hablar inglés para ayudar a tu hijo a aprenderlo. Con cuentos, canciones, dibujos y juegos simples puedes sembrar una semilla que crecerá durante toda la vida.
Cada palabra nueva es un regalo que lo ayuda a construir su futuro, y cada sonrisa al observar su avance es una gran victoria.
Tú puedes darle ese regalo a tu hijo hoy.
Empieza con lo que tengas a tu alcance. Cada palabra cuenta. 🐘💬🌍